Nada es estable ni es lo que parece
cuando aparece patinando
Rolling Jenny.
Quitate esa bikini, corazón,
mostrá la pista de las marcas del sol
sobre tu cuerpo.
Rolling Jenny es una autopista.
La perdición de los autostopistas.
La penetró todo el sol californiano.
No hay cazador al vuelo que se le resista.
Ni explorador que no asome y desvista
imaginariamente a Rolling Jenny.
Las mínimas
stars &
stripes del estampado
se escapan y se esfuman de costado
cuando rueda de salón en salón.
Tirar de las tiritas. Eso quieren,
los que extienden su mano, exasperados.
Rolling Jenny y su daikiri de colores
son la promesa evasiva de un tornado
que extenúe sus planes no planeados
y los deje agotados boca arriba.
Esa es la trampa de mi Rolling Jenny.
En su vulva quedan restos de arena.
Baldes, palitas y moldes de animales.
La sombra de una gorra con visera,
el reflejo de un sueño con palmeras
bajo las aspas de un ventilador.
Que alivie los vapores que marean
cuando Jenny se monta al pasamanos
y desciende en trance la escalera.
Quitate la braguita, corazón.
Convidame el cigarro de tu boca,
mientras te arranco el sostén,
mientras pierdo el sostén,
me vuelvo idiota.
Te desato el cordón de los patines
y mi cordura patina en tus confines.
Esa colita que te sujeta el pelo
es un delito penal no excarcelable.
Mi largo invierno se vuelve insoportable
en las gotas de sudor de Rolling Jenny.
Me tenso, inmóvil, observando sus flexiones,
sus trompos solitarios. Sus versiones
de la montaña rusa en plena playa.
Sus pezones erectos son visiones,
son relámpagos entre los cortinados.
En su vulva quedan restos salados
de la espuma que se filtró en los bordes.
Vengo a verla puntualmente cada tarde,
a obnubilarme con su risa. A iluminarme.
A lo lejos soy su crema untable,
su lona a rayas, su boomerang, su
frisbee.
Su pelotita, su hueso comestible.
Sé que estoy viva mientras patina Rolling Jenny.